Manuel Blanco Romasanta (18 de noviembre de 1809, aldea de Regueiro, Orense - † 1854) fue un psicópata criminal español que llegó a cometer varios crímenes en el siglo XIX.
A pesar de que en un principio en su partida de nacimiento consignaba como Manuela, pues se creía que era una niña, Romasanta era un sastre que vio su vida cambiar cuando su mujer murió.
Empezó a dedicarse a la venta ambulante, moviéndose los primeros años por la zona y posteriormente abarcando toda Galicia.
Los lugareños le señalaban como vendedor de unto (o grasa de cerdo) y debido a su fama asesina llegó a ser acusado de la muerte de un alguacil. Tras ser condenado, consiguió escaparse a un refugio en el pequeño pueblo de Ermida. Y fue durante su búsqueda cuando sucedieron una serie de asesinatos con diferentes estrategias cuyas víctimas tenían mordeduras de algo que parecía la dentadura de lobo.
Empezó a dedicarse a la venta ambulante, moviéndose los primeros años por la zona y posteriormente abarcando toda Galicia.
Los lugareños le señalaban como vendedor de unto (o grasa de cerdo) y debido a su fama asesina llegó a ser acusado de la muerte de un alguacil. Tras ser condenado, consiguió escaparse a un refugio en el pequeño pueblo de Ermida. Y fue durante su búsqueda cuando sucedieron una serie de asesinatos con diferentes estrategias cuyas víctimas tenían mordeduras de algo que parecía la dentadura de lobo.
Finalmente fue capturado en Nombela (Toledo) y juzgado en Allariz (Orense). Romasanta reconoció haber matado a 9 personas a sangre fría, usando sus manos y dientes para acabar con las vidas y comerse los restos.
El juicio duró un año aproximadamente y el 6 de abril de 1853, a los 44 años, fue condenado a morir en el garrote vil y a pagar una multa de 1000 reales por víctima.
Su suerte le sorprendió cuando un hipnólogo francés que había seguido el caso envió una carta al Ministro de Gracia y Justicia en la cual expresaba su duda acerca de si Romasanta padecía licantropía o no. Aseguraba haber curado a otros pacientes con la hipnosis y pedía que, antes de ejecutarle, le dejara hipnotizarlo. El propio Romasanta comentó que de adolescente fue maldecido y que, tras cada asesinato, tenía visiones en las cuales aparecían unos lobos a su alrededor.
Al mismo tiempo, la Defensa del acusado protestó porqué, según ellos, no se puede asegurar un asesinato con una única confesión, aunque ésta fuera la del propio asesino. Careciendo de pruebas para culpar a Romasanta, se dirigieron a la reina Isabel II pidiera al Tribunal Supremo que revisara el caso. Tiempo después, Isabel II firmó una orden para liberar a Romasanta de la pena capital, reduciéndose ésta a la perpetua.
Romasanta murió tiempo después en la prisión de Allariz en la que cumplía condena. El 30 de mayo de 2009, en un documental de la TVG Europa, se habló de la posibilidad de que hubiera muerto en otro lugar, como el castillo de San Antón (La Coruña).
No hay comentarios:
Publicar un comentario