José Antonio Rodriguez Vega, joven, bien parecido, d maneras amables y gran seductor, es un hombre moreno de mirada penetrante, nariz aguileña y boca muy marcada. Además, se le suele caracterizar por un rasgo: su rostro de buena persona. Pero pese a su aspecto inofensivo, fue inculpado de al menos 16 asesinatos de ancianas, a las que previamente había violado.
A pesar de eso, durante un año (de abril de 1987 a abril de 1988), y sin la más absoluta impunidad, asesinó a dieciséis ancianas, aunque no se descarta algún otro crimen no denunciado. Finalmente, cometería algunos errores que acabarían delatándole: En la casa en la que mató a Margarita González de 82 años, la policía encontró signos de violencia en lo que otra vez parecía un caso de muerte natural.
En su siguiente crimen, otro error, nuevos signos de violencia, esta vez sangre en el cadáver de Natividad Robledo, una viuda de 66 años, que mostraba claramente haber sido violentada. A otra de sus víctimas de le encontró la dentadura postiza clavada dentro de la garganta. Finalmente, en una de las casas fue hallada una tarjeta con el nombre y dirección del presunto culpable… y poco después se producía la detención. La policía comprendió en fin que tantas muertes de ancianas no era una epidemia.
El 19 de mayo de 1988 José Antonio era detenido. Cuando se registró su apartamento, la policía se encontró con un cuarto decorado en rojo en el que guardaba su secreto. Antonio tenía expuesta una colección de fetiches pertenecientes a sus víctimas, su particular museo de los horrores: joyas, televisores, alianzas, porcelanas, imágenes de santos, cada uno de ellos en memoria de los crímenes que había cometido… No lo guardaba por el valor de lo robado, sino por el valor que tenía para su morboso recuerdo. Este hombre es una persona muy ordenada, podemos decir que casi maniático del orden, y aquélla habitación parecía una pequeña exposición, los objetos estaban colocados casi expuestos, a manera de fetichismo.
Sin embargo, durante el juicio celebrado en Santander a finales de noviembre de 1991, niega todo por lo que se le acusa, y dice que las 16 muertes por las que fue condenado eran debidas a causas naturales. Rodríguez Vega se descubrió allí como un ególatra con afán de protagonismo que miraba fijo a las cámaras, sin huir ni taparse, deseoso de que se conociera su cara. Era sin duda el rostro de un asesino imperturbable, sonriente y cínico ante los insultos de los familiares de las víctimas, que alardeaba del perdón que le concedieron las mujeres que violó y de ser recibido después en las casas de esas mujeres. Los psiquiatras tuvieron que discernir si se trataba de un psicópata desalmado o de un ser humano con las facultades mentales perturbadas. Sus informes fueron concluyentes: “Conserva inalterado su sentido de la realidad y es capaz de gobernar sus actos, siendo resistente a los tratamientos, lo que ensombrece su pronóstico: su peligrosidad es muy alta”.
Era un psicópata, con esa característica de ese grupo de psicópatas, esa frialdad clásica, sin remordimientos, no se conmueven, es un personaje verdaderamente hecho para el crimen y por ello fue sentenciado a 440 años de cárcel, cumpliendo la pena máxima. Desde entonces, ha ido de cárcel en cárcel estudiando derecho, pues sigue negando los crímenes y se ha empeñado en demostrar que es inocente.
En Caravanchel, José Antonio intimó con otro conocido asesino en serie español, Manuel Delgado Villegas “El Arropiero”. Los funcionarios de la prisión comentaban asombrados y divertidos por la situación, cómo entre ambos se había producido una macabra rivalidad entorno a cómo habían acabado con la vida de sus víctimas… Incluso había concedido entrevistas en las que se enorgullecía de sus actos y pronunciaba frases del estilo:
” Todos los hombres han sentido alguna vez deseos de violar a su madre”.
”Todas las víctimas me recordaban a mi madre y a mi suegra, que eran unas sinvergüenzas y veneno.”
“Me sorprende cómo aún están vivas mi madre y mi suegra. Desgraciadamente, han pagado estas estimadas señoras.”
“Con la mayoría de las ancianas que maté hice el amor con su consentimiento o me incitaron a ello.”
”Tras hacer el amor o algunos manoseos les tapaba la boca a consecuencia del impulso que sentía, y desistía tras un rato.”
Desde que ingresara en la prisión salamantina de topas, el 24 de mayo de 1988, siempre estuvo calificado en primer grado, el reservado a los más peligrosos.
Su ejecución a manos de otros reclusos Jueves, 24 de octubre de 2002, Rodríguez Vega salió al patio de la tercera galería del módulo de aislamiento acompañado de siete reclusos. A las once y cuarto, se desató una disputa entre el ‘asesino de ancianas’ y tres internos: FMG, que le golpeó con un calcetín en cuyo interior escondía una piedra, EVG y DRO, portaban sendos estiletes que clavaron una y otra vez en el cuerpo del psicópata de Santander, mientras el resto de los presentes se mantenía al margen. Entonces, el leonés Enrique Valle González y el coruñés Daniel Rodríguez Obelleiro sacaron sus pinchos. ‘Empezaron por apuñalarle en la nuca’, cuenta el citado funcionario de Topas, ‘luego en la cabeza; le sacaron los ojos e incluso masa encefálica… Imagine la frialdad de Enrique, que se detuvo un rato a afilar el pincho en el suelo para sentarse después sobre la barriga de su víctima, ya cadáver, y convertirle el pecho en un colador, empuñando el pincho con las dos manos. En total fueron 113 puñaladas’ El funcionario de servicio, al ver lo que sucedía, entró en el patio, pero FMG y DRO salieron a su encuentro, este último esgrimiendo el punzón.
Uno de ellos le advirtió: “¡Qué quieres defender a un violador! ¿Vete que te meto!”. Mientras EVG seguía atacando a Rodríguez vega, sin que el trabajador de prisiones pudiera hacer nada por evitarlo. Una vez conxumada la sentencia, los reclusos, con absoluta tranquilidad, entregaron a los funcionarios sus armas. Los autores fueron llevados a celdas de aislamiento. Vega, según la primera inspección ocular, tenía una treintena de heridas de arma blanca en el pecho, y hasta un centenar por el resto del cuerpo. Un impresionante charco de sangre rodeaba su cadaver. José Antonio Rodriguez Vega recibió sepultura el 25 de Octubre de 2002 en un nicho común. En la ceremonia sólo estuvieron los dos enterradores.
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